> Residencias artísticas y curatoriales en San Javier.
Artistas: Jeison Castro, Camilo Guinot y Cintia Clara Romero.
Curaduría: Halim Badawi.
Macro. Rosario (Argentina). 2010.
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RESIDENCIAS ARTÍSTICAS Y CURATORIALES EN SAN JAVIER.
Por: Halim Badawi- Curador.
Entre el 20 de septiembre y el 5 de octubre de 2010, se dieron cita en el pequeño municipio de San Javier (Provincia de Santa Fe) los artistas argentinos Camilo Guinot y Cintia Romero, y el artista colombiano Jeisson Castro, este último gracias a un convenio con la Fundación Gilberto Alzate Avendaño de Bogotá. Los artistas fueron escogidos, para hacer parte de las Residencias Artísticas del MACRO+Castagnino, por un jurado local, valorando la diversidad de propuestas y trayectorias, diálogo en el cual se enriquecería notablemente la convivencia y el intercambio cultural en San Javier. Por ello, cualquier aproximación curatorial posterior construida bajo una óptica totalizadora, podría resultar exógena o impuesta. Aproximarse al trabajo visual de Guinot, Romero y Castro, en el marco de la Residencia, debe partir de la valoración individual de sus trayectorias, procedencias e intereses.
Cintia Romero ha construido su obra reciente a partir de los trabajos imposibles, de esas acciones que, aparentemente absurdas, dejan entrever una lucha permanente contra la utopía, tal vez, recordando la célebre frase de Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos, camino diez y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.
En “La búsqueda” (2010), dejando entrever un cierto lenguaje indéxico posiblemente entroncado con la problemática de los desaparecidos durante la última dictadura, Romero se dedica a buscar infructuosamente pequeños objetos perdidos en grandes extensiones de tierra. Tanto los espectadores como los protagonistas de la escena desconocen cuándo y cómo desapareció el anillo, por lo que podría no hallarse en el territorio. En otras acciones como “Lección” (2010), Romero se dedica, sin claudicar, a cumplir misiones que de antemano parecen estar condenadas al fracaso, como inflar una bomba muy cerca de un árbol espinoso, el que, con su verticalidad y agresividad irrumpe como una violación a un paisaje fuertemente horizontal. El rostro de Romero, tenaz y decidido, pero al mismo tiempo tan frágil como el horizonte, repetirá una y otra vez la acción sin importar su inutilidad, construyendo su obra sobre una poética del fracaso.
Camilo Guinot ha construido su obra reciente dentro de un amplio espectro de intereses. En su exposición de 2003 presentó una esfera de tres metros de diámetro, flotando en el espacio a la manera de las esferas del artista venezolano Jesús Rafael Soto, pero, a diferencia de éste, con varios huesos colgantes, subvirtiendo el carácter formalista de la vanguardia cinética de las décadas de 1950 a 1970, época de gran represión en América Latina.
En sus dibujos, Guinot explora, con el recurso del tiempo, las posibilidades de las redes y sus múltiples articulaciones, interés también palpable en sus construcciones artificiales de organismos, desprovistos de cualquier artificio de la era tecnológica, armados con troncos y ramas encontradas. Este es el caso de “Bicho” (2010), a medio camino entre la acción y la instalación, fue una estructura armada en el margen del Río San Javier planteando, de forma crítica para su contexto, la escogencia de San Javier -un pequeño pueblo de campesinos y pescadores- como destino de una Residencia Artística y Curatorial. El “Bicho” es presentado como un artefacto complejo e ininteligible del arte contemporáneo, construido con apoyo de la comunidad -la que no sabía claramente en qué estaba participando-, que irrumpe como un objeto extraño y mecánico en el apacible paisaje doméstico, tal vez, recordando la situación de los residentes. A otro nivel, este trabajo podría leerse como metáfora del artista como faro de la sociedad, como conquistador de nuevos mundos aún inexplorados, mundos dispuestos a ser metodologizados por otras formas de conocimiento.
Jeisson Castro, a la manera de los etnógrafos ilustrados de fines del siglo XVIII pero con los recursos de la era digital, viajó a San Javier a construir un inventario de sonidos, una taxonomía reconfigurada posteriormente como paisaje sonoro. Durante su estadía, como haría un showman moderno, entrevistó a personajes de la escena sanjavierina y rosarina: artistas, locutores de radio, gestores culturales, personas de la calle. Capturó las voces de sus compañeros de residencia, el sonido del viento en una borrasca de primavera, el murmullo de la gente, el ruido de automóviles y motocicletas, la corriente del Río San Javier, el canto de los pájaros y el ladrido de los perros.
Sus grabaciones, efectuadas con o sin consentimiento de los grabados, plantearon inteligentemente al interior de la Residencia, varias discusiones relacionadas con la responsabilidad de los artistas al trabajar con comunidades; el uso de archivos de imágenes, audio o vídeo –obtenidas a través del trabajo con población- en acciones o instalaciones artísticas; el papel del artista como archivista y testigo de una época; y, más allá de lo anterior, puso en evidencia la paranoia del registro, la lenta disolución de los límites entre lo público y lo privado (ahora más vigente que nunca) y el constante flujo de información entre ambas esferas, a través del uso de las herramientas de la era digital. La paranoia de la época de las dictaduras -caracterizada por el manejo estatal de información privada-, parece subvertirse en el presente a través del oficio de artistas y periodistas, quienes han buscado, conscientemente, evidenciar los entretelones del campo político y cultural.