> La previa.
Artistas: José Luis Marrero, Alfredo Ramos, Cintia Clara Romero y Cristian Segura.
Curaduría: Larry González.
Realizada en el marco de la Residencia Batiscafo. La Habana (Cuba). 2008.

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LOS TÍTULOS QUE NUNCA FUERON.
Por: Larry González.

LINEA 106.
La obsesión floral en la obra de Cintia Romero trasciende las primeras impresiones que puedan sugerir las formas que retrata. Cintia no discursa sobre “la flor”. Hay una intencionalidad mucho más expresa en el cómo dispone sus registros fotográficos, que en lo que estos puntualmente representan.
Da igual si expone sus piezas perfectamente alineadas como si las limita a una especie de hacinamiento casi aleatorio, es palpable un vacío de significación respecto a todos los tipos de parentescos fetiches que puedan derivarse de “una mujer que va por la vida retratando flores”. En la obra de Cintia, florear deviene mero pretexto: el interés está en la memoria. Sus actuales fotoinstalaciones se han convertido en receptáculos desde donde derivan aspectos puntuales de la historia personal, sin nombrarlos ni hacerlos evidentes. Una especie de constante carácter autorreferencial asocia la autoría con un signo que ha transmutado en diversas formas de representación. El signo ha pasado de tener una funcionalidad objetiva al plano real de lo indeterminado: flores que conformando azulejos entraban en sintonía con el placer retiniano o se llegaron a combinar en la creación de cubrecamas, en fotomontajes donde la presencia de la muerte era clave y se sucedían las coronas mortuorias; luego, la flor por la flor misma. Entonces la memoria se centra en el camino de la abstracción. El silencio. La impotencia. Las no respuestas escamoteadas en bultos de flores.
Tanto Ofrenda como Un mundo en otro mundo pueden funcionar como registros de una estancia en Cuba, no por ello el discurso transita por connotaciones localistas. La aglomeración de pequeños formatos dialoga con una imagen despixelada. Nalgas y tetas cubiertas por flores. La esencia es la misma. Fragmentación del suceso y del entorno. La insularidad aquí no importa.

¡LA CASONA!
“El paisaje” de Alfredo. Esta vez, Alfredo Ramos se ha tornado objetivo. De las obras que le conozco, también su serie de graffitis se mostraba tal cual. Por ese entonces, la cámara recogía gestos dejados por otros, evidencias de diferentes modos de ser, estadios de sociabilización detrás de las huellas retratadas. Pesaba bastante la intencionalidad contextual, aun cuando los garabatos se superponían formando literales drippings difíciles de sintetizar en un contexto preciso.
La cosa es que, mayormente, la obra de Alfredo Ramos se ha enmarcado en la imposibilidad de mostrarse objetiva. El sentido de su trabajo entra muy en sintonía con una especie de postura metatextual, donde las capacidades de la cámara son eje partícipe dentro del ejercicio creativo. Vale más el granulado o los efectos de luces que la evidencia de las imágenes. Cuando se percibe cierta concreción por trabajar directamente con entornos prefijados se alza por encima de estos la pura abstracción del gesto fotográfico, la anulación de códigos narrativos, el apostar por el segmento.
Ahora a través del “paisaje” establece nexos con su anterior serie: Home. El artista se lanzaba a la búsqueda de espacios imprescindibles dentro de su entorno habitacional. Se desentendía de cualquier mero ajuste a un perímetro reconocible. Por ahí también andaba la idea cuando retrataba las escisiones de los azulejos de su estudio o las fotografías de papeles fotográficos deshechos para la serie Estudio para vestigios.
El fotógrafo cambió de casa. Reparación lenta. Ranuras y desconchado. Las líneas en la pared se piensan como aglomeraciones que van sugiriendo horizontes. Se convierten en las nuevas huellas imprescindibles que tipifican el carácter de lo “nuevo”. El formato y la disposición de la pieza ponen a prueba de diálogo el soporte con el espacio. La misma cosa. La obra es la casa. Y viceversa.

MARY….. SÍ!!
A la hora de hablar de su poética, se podría decir que Cristian Segura es el de la Institución Arte. No solo porque haya sido director del Museo de Bellas Artes de Tandil, ni porque se haya movido indistintamente en clasificaciones como curador, investigador o museólogo; sino porque su obra discursa, sin distracciones, con la amplia gama de posibilidades entre todo lo concerniente a institución y artista. Una marca autoral que ha creado una gama de estrategias para versar sobre los mecanismos e intermitencias por los que transita el arte contemporáneo.
Su trabajo con maquetas de museos específicos (Valija de ex director de museo), intervenciones en fachadas (Aviso) o performance dentro del museo mismo (Corro en el museo), no limitan la recepción hacia el cómo funcionan las instituciones del interior en la Argentina respecto al centro. Cristian crea un discurso que habla de los vínculos producibles en cualquier zona donde medie arte.
Tal vez por ello, La espera se inserta tan evidentemente dentro de su poética, hasta el punto de volver a su protagonista un ente anónimo, una simple conferencista “que espera”. El video va a ser igual de efectivo en la Argentina. Poco importa si quien habla es Dannys Montes de Oca y quien escucha “impaciente” es Luisa Marisi. Cristian sacó su cámara en el evento teórico de la última edición de La Caja Negra y su obra vale por la espontaneidad con que fue registrada la documentación de un momento. Esperar se trastoca en actitud ante el discurso. Una serie de gestos que pueden estar hablando, incluso, mucho más allá del arte. Estar tenso, estar de acuerdo, estar apurado vienen a ser casi sinónimos. Sí, el video de Cristian es toda paradoja. El sonido es vital y, por otro lado, es un fragmento casi indescifrable. Cuando lleguó el turno de la conferencista, tal vez, en la mesa o desde el público se repita su rictus. Insisto: reconocer no es nada. En La espera, Luisa no existe.

LA TENGO CORTICA.
Carboncillo sobre cartulina: En los cuatro artistas de esta edición del Batiscafo se pueden rastrear maneras evidentes de continuidad temática respecto a sus producciones anteriores, hasta el punto de conectar como posible articulación de vínculo en lo que ahora se expone. La obra de Marrero viene a ser la que más se centra en una especie de carga citatorial. Se hace evidente la cita desde la manera fugaz de concebir la pieza. La cartulina lleva ya varios días de sereno.
Los muñequitos del chama: Marrero ha apostado por una poética que lo distingue, donde se marca un sello identificable a distancias del pie de obra. “Eso es un Marrero”. Sus dibujos de niño y la copia fiel de estos en diferentes formatos y soportes crean una estrategia para chocar con la realidad. En ocasiones sus piezas han sido como reelaboraciones de diferentes momentos históricos, se hace evidente tener que aprehender desde una realidad que lo marcaba y le trazaba pautas. La sovietización. La connotación del héroe. Desde otro plano, sus dibujos vuelven a la niñez para acortar las distancias, suplantar el pasado por el presente real. Le sirve igual el dibujo completo que fragmentado. Incluir el original que prescindir del mismo. Textualizar la mayoría de las veces.
Ah! El tipo también hace video: Marrero no ha partido solo del dibujo. La serie Placeres Íntimos lo esfuerza a crear lo impensable con los dedos. Videos, fotografías: Director de orquesta. Mirahuecos. Dinosaurios. La barba. Las analogías son disímiles como las intenciones. Estetización por un lado, subversión por la otra.
Cuando la pieza era en la azotea: Ahora Marrero está pintando. Cuando no se habló más sobre la idea de escribir su currículum en la pantalla digital de “la Oficina”, me pareció que iba a llegar con un paquete de dibujos nuevos y pegarlos lo mismo al lado de Cintia, que de Cristian, que de Alfredo. Al final, hizo casi eso mismo.