> Texto para la Revista Ramona a propósito de la exposición colectiva El museo como campo de batalla.
Curaduría: Florencia Magaril.
MPBA R. G. de Rodríguez. Santa Fe (Argentina). 2016.

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EN FORMA PARA EL COMBATE.
Por: Manuel Quaranta.

Nunca escribí sobre la producción de Maximiliano Peralta Rodríguez y Cintia Clara Romero (propongo unas breves líneas introductorias: él utiliza diferentes materiales, cinta, madera, ramas para construir instalaciones/estructuras que unas veces parecen cobijarlo y otras se convierten en amenaza; ella busca a través la performance, el video y la fotografía algo que nunca va a encontrar, lo imposible del deseo o el deseo imposible; en él predomina materia, en ella lo efímero, sin embargo ambos coinciden en un punto: ponen constantemente el cuerpo). Tampoco había entrado nunca al Museo Rosa Galisteo, aunque lo tenía presente por los movimientos que se produjeron en el último año. Por ese motivo aproveché un viaje a Santa Fe: visitaría por primera vez ese museo, conocería a la nueva directora, Analía Solomonff, y contemplaría en vivo la instalación Sala de Prácticas del tándem Peralta-Romero.

Sobre Solomonoff sólo voy a decir que impresionó el modo en que su cabeza está concentrada las 24 hs. en lo que un museo puede dar luego de años, según coinciden varios participantes del campo artístico de la ciudad, de un anquilosamiento institucional rayano a la desidia; quizás esa obsesión de la directora sea una de las razones para explicar que en la sala central haya una pregunta dispuesta por el artista Elián Chali en enormes letras rojas que dice: ¿Qué es un museo?

Habría que tener una vocación intelectual llamativamente escasa para sostener, por ejemplo, que la respuesta a la pregunta se encuentra en la entrada “museo” del diccionario. Sería algo similar a pretender resolver el misterio del amor mediante una definición descontextualizada: “Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. ¿Qué amor describe?, como si hubiera existido un solo amor desde Platón hasta Alain Badiou. Sobre el amor (o sobre el museo) siempre existe la posibilidad de buscar un nuevo sentido que el diccionario por supuesto elude, ya que su objetivo reside en la elucidación de conceptos, y por tanto debe eliminar mutaciones, matices y ambigüedades.

La pregunta ¿qué es un museo? hace entonces referencia al devenir histórico que vienen sufriendo estas instituciones y a las decisiones que se toman para construirlo, o sea, las decisiones que determinan quiénes y de qué modo lo habitan, conviertiéndolo así en un espacio de disputa entre aquello(s) que está(n) afuera y aquello(s) está(n) adentro; esta cuestión que atraviesa la muestra El museo como campo de batalla, concebida por Florencia Magaril (muestra integrada –además de Chali y Peralta-Romero– por obras de María Luque, Santiago Villanueva y Francisco Bitar, y que forma parte de un núcleo mayor titulado Inventario museo) pensarlo así, dice Magaril en el texto curatorial: “Evoca un vasto imaginario ligado a guerras, ejércitos, enemigos, estrategias militares y muerte” (porque estamos inmersos en una batalla –simbólica–, un pintor santafesino llamado Domingo Sahda pretendió menoscabar la muestra bajo el argumento de que “la presuntuosa tontería campea en cada sección, malgastándose el tiempo en eventuales recorridos insulsos”; mientras que unas líneas antes reivindicaba otra de las exposiciones exhibidas en el Rosa Galisteo, La luz en la tormenta, curada por Guillermo Fantoni, esgrimiendo que estaba “ajustada con excelencia a la especificidad propia de la institución desde su creación”. El texto de Sahda es una sucesión de lugares comunes contra el arte contemporáneo –en realidad me parece que su rebeldía tiene como causa el intransigente y desconcertante paso del tiempo–, él omite cualquier razonamiento, sólo adjetiva: “proverbial impericia juvenil”; “…no se exhibirían en el lugar tantas presuntuosas tonterías”. Cuidado, no desconfío del pintor debido a sus gustos estéticos, bajo ningún punto de vista, desconfío porque que se nota en su diatriba-encomio que opina enceguecido por una descomunal cantidad de aprioris; Sahda ya sabe –o da por sentado– lo que es –o debería ser– un museo –o el arte–, como si museo –o arte– fuese una esencia ahistórica que se despliega inmutable en el devenir continuo del mundo. Además, el texto pone en evidencia el esfuerzo del pintor santafesino por hacer pasar su interés particular como un interés natural de la comunidad, gesto que implica disimular sus propios intereses).

Pensar el museo en tanto campo de batalla supone una preparación para el desafío, y es aquí donde ingresan Cintia Clara Romero y Maximiliano Peralta Rodríguez con su instalación Sala de Prácticas, un espacio de entrenamiento físico bajo la modalidad del Crossfit, una disciplina basada en pautas deportivas militares creada en Estados Unidos en 1955, reconocible por los valores o capacidades que figuran en una de las paredes de la sala: resistencia, equilibrio, fuerza, flexibilidad, potencia, velocidad, coordinación, agilidad y precisión. La instalación, compuesta por pintura, objetos, video, textos y piso de goma, reflexiona, según la página web de los artistas “en torno a las relaciones, tensiones y solapamientos posibles entre las Prácticas Institucionales y las Prácticas Autogestivas”. Ellos (que llevan adelante en su propia casa la Residencia para artistas Curadora, proyecto autogestivo situado en San José del Rincón), mediante la instalación también están preguntándose de algún modo qué es un museo, ya que el contexto general que envuelve al Rosa Galisteo provoca que los valores subrayados por Peralta-Romero se extiendan desde las vicisitudes autogestivas hasta las prácticas institucionales y por qué no al desarrollo de cualquier tipo de vida (adaptación es la palabra clave). La pregunta solapada, para mí, que atraviesa tanto la propuesta de la curadora, como la de los artistas y la directora del museo es: ¿qué necesitamos para sobrevivir durante la batalla?

Algo más. Concebir el museo de la manera en que Magaril lo plantea supone acción y movimiento. Entonces Peralta-Romero (para que forma y tema se fundan, digamos) la noche de la inauguración montaron una perfomance titulada Practicantes, en la que un grupo de gimnastas irrumpía en la sala principal al ritmo de la música electrónica, siguiendo una rutina aeróbica con enormes pelotas rojas y otros instrumentos para la ocasión. El gesto performático, sabemos, tiene que ver con el aquí y ahora, y sobre todo en este caso, ya que la propuesta activa de los artistas parece indagar desde adentro por los hábitos y costumbres de la institución, indagación que podría condesarse en un interrogante final: ¿Qué museo queremos?